Tomo prestada una frase de Miguel de Unamuno* para retomar mi bitácora. Ayer nos quedamos hablando de literatura, o eso creo. Pero diversas ocupaciones me mantuvieron alejado de la escritura o de reseñar lo que había leído recientemente.
En todo este tiempo he leído las siguientes novelas: 1.
Triste, solitario y final, de
Osvaldo Soriano; 2.
Gutiérrez a secas, de
Vicente Battista; 3.
El ojo de la patria, de Osvaldo Soriano; 4.
La última vez, de
Héctor Bujanda; y 5.
Cuando amas debes partir, de Eloi Yagüe.
En realidad he estado leyendo más libros, es decir, por mis manos pasaron
El misterio de la cripta embrujada, de
Eduardo Mendoza, pero no lo pude culminar porque Florángel –mi esposa, para más señas– lo empezó a leer primero y cada página que leía se mataba de la risa y me contaba lo que leía e inmediatamente después me daba sus apreciaciones, que como siempre, son pertinentes. Y así ella lleyó seguidamente de Mendoza
El laberinto de las aceitunas y
La aventura del tocador de señoras.
Ella pensó por un momento que no podía leer más que a Eduardo Mendoza y se lamentaba por todos los rincones de la casa que no tuviéramos más libros hasta que le dije que teníamos
La ciudad de los prodigios. Lo había conseguido en febrero en el Salón del Libro, en el stand de Planeta, y al ver a Leonardo Milla en los pasillos, se lo mostré con orgullo. Él me dijo: “Era el libro de cabecera de mi viejo”.
Florángel en un mes y medio se había leído cuatro libros de Mendoza y todo empezó por el obsequio que me hiciera Lis y Eduardo (que ahora la ONU los tiene por Austria). Ella me decía: “Raúl, te va a encantar E. Mendoza”. “Es una trilogía de tres libros (
sic)…”. La trilogía a la que hacía referencia, es a los tres primeros libros que mencioné de este autor catalán.
Confieso que me ha gustado Mendoza aunque no he terminado de leer el primer libro:
El misterio de la cripta embrujada y continué con
La ciudad de los prodigios por recomendación de Florángel.
También comencé a leer
Yo El Supremo, de
Augusto Roa Bastos. No se por qué había postergado la lectura de esta obra. En alguna oportunidad había dicho que hay libros que hay que leerlos en cierta época. No lo hice, no importa. Al fin de cuentas, nunca es tarde, creo.
La edición que conseguí de
Yo El Supremo fue la de Biblioteca Ayacucho. A quienes quieran leerlo en esta edición pueden saltarse el estudio preliminar. Sin lugar a dudas, es mucho mas divertido el texto de Roa Bastos que el del estudioso que trata de explicar la obra del paraguayo.
Decidí leer este libro porque ciertos columnistas empezaron a utilizar el término Yo El Supremo para no mencionar al Presidente Chávez. Pero para darle el sentido de déspota.
La novela de Roa Bastos se basa en la vida de Gaspar Rodríguez de Francia, el Dictador Supremo de la República del Paraguay en el siglo XIX. Dicho así, suena tenebroso. Pero nada que ver. Más bien, Rodríguez de Francia viene a representar soberanía, progreso e independencia. Los dictadores de principios del siglo XIX (Simón Bolívar, también lo fue) de América Latina no tienen nada que ver con los dictadores militares del siglo XX. Por tanto, le sale el tiro por la culata a esos columnistas.
No he terminado
Viaje desde el Scriptorium, de Paul Auster. Si no fuera porque es Auster, ya lo hubiera desechado hace rato.
Aún mantengo la lectura de
Plataforma, de Michel Houellebecq. Con este autor hay que tener claro que uno no es europeo, menos aún francés. por tanto, hay que tomárselo con soda y piano, piano.
Y para colmo, empecé a leer
El tren pasa primero, de Elena Poniatowska, que recién acaba de ganar el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2007. Ya les contaré de qué va la novela.
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* La frase “Como decíamos ayer…” pertecene a Fray Luis de León. Errare humanum est, perseverare autem diabolicum.