Israel López era conocido como Cachao, por su ritmo. Virtuoso en el contrabajo, o bajo –como se le llama actualmente–, compositor, arreglista y director de orquesta cubano que, con su hermano Orestes, creó el ritmo del mambo a partir del danzón.
“Mi hermano y yo tratábamos de agregar algo nuevo a nuestra música y produjimos una sección que llamamos danzón mambo”, había declarado en 2004 y hace apenas un año reconoció, con la humildad que le caracterizaba, que si no fuera por su compatriota Dámaso Pérez Prado “no se hubiera escuchado el mambo mundialmente”.
Cachao desde este sábado nos dejó su ritmo. Nació en La Habana en 1918, en la misma casa que vio luz José Martí en 1853. Miembro de una familia de músicos, hereda musicalmente el segundo apellido de su abuelo paterno, Aurelio López Cachao.
“Nacido de una familia loca por el bajo, por lo menos 35 miembros del clan Cachao han tocado el contrabajo en un momento y otro, bien con la Filarmónica de La Habana o en conjuntos populares. Algunos de ellos, como su hermano mayor, el difunto Orestes, eran músicos de talento reconocidos desde el conservatorio”, escribió Guillermo Cabrera Infante para la presentación de Master Session, Volume I, álbum que obtuvo el premio Grammy en 1995.
A los 13 años formó parte de la Filarmónica de La Habana bajo la batuta de Erich Kleiber, quien venía de dirigir a la Orquesta de la Opera de Berlín “hasta que Hitler le dijo a Goebbels: “Hay que impedir por todos los medios que ese judío interprete a Wagner”. Lo que perdió Berlín lo ganó La Habana”, reseña Cabrera Infante.
Cuando escuchamos el sonido de Cachao, esa peculiar forma de improvisar, descargar y controlar, al mismo tiempo, a la orquesta con su bajo podemos estar de acuerdo con las reflexiones iniciales del personaje de El contrabajo, de Patrick Suskind, que decía que una orquesta podría prescindir del primer violín, de timbales y trompetas, incluso del director de orquesta, pero no del bajo.
En la película Calle 54, de Fernando Trueba, Bebo Valdés y Cachao interpretaron a su manera el clásico Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, y cada uno demostró en un par de tomas por qué son unas leyendas de la música cubana.
“Paganini no repite”, le dijo Cachao a Bebo en tono de broma en ese primer encuentro musical que logró Trueba. Se conocían desde niños, pero nunca habían tocado juntos. Al terminar la sesión, vinieron los aplausos de quienes trabajaban en el rodaje, y Bebo se desprende del piano y arranca en aplausos, también, para dirigir la ovación con regocijo hacia Cachao.
De igual modo sucedió con Paquito D’Rivera cuando fueron a grabar la danza Al fin te vi, de Ernesto Lecuona. Cuenta Cristóbal Díaz Ayala que en diez minutos se pusieron de acuerdo: Paquito sustituyó “la mano derecha del piano, llevando la melodía, y Cachao la difícil mano izquierda de la música de Lecuona, llevando el ritmo y armonizando”.
Esta primera pieza de Lecuona, en Master Session, Volume I, nos da la pauta musical del álbum: escuchen el bajo de Cachao, que como dice el coro de Descarga Cachao, el último tema de ese disco: “Como mi ritmo no hay dos”.
“Mi hermano y yo tratábamos de agregar algo nuevo a nuestra música y produjimos una sección que llamamos danzón mambo”, había declarado en 2004 y hace apenas un año reconoció, con la humildad que le caracterizaba, que si no fuera por su compatriota Dámaso Pérez Prado “no se hubiera escuchado el mambo mundialmente”.
Cachao desde este sábado nos dejó su ritmo. Nació en La Habana en 1918, en la misma casa que vio luz José Martí en 1853. Miembro de una familia de músicos, hereda musicalmente el segundo apellido de su abuelo paterno, Aurelio López Cachao.
“Nacido de una familia loca por el bajo, por lo menos 35 miembros del clan Cachao han tocado el contrabajo en un momento y otro, bien con la Filarmónica de La Habana o en conjuntos populares. Algunos de ellos, como su hermano mayor, el difunto Orestes, eran músicos de talento reconocidos desde el conservatorio”, escribió Guillermo Cabrera Infante para la presentación de Master Session, Volume I, álbum que obtuvo el premio Grammy en 1995.
A los 13 años formó parte de la Filarmónica de La Habana bajo la batuta de Erich Kleiber, quien venía de dirigir a la Orquesta de la Opera de Berlín “hasta que Hitler le dijo a Goebbels: “Hay que impedir por todos los medios que ese judío interprete a Wagner”. Lo que perdió Berlín lo ganó La Habana”, reseña Cabrera Infante.
Cuando escuchamos el sonido de Cachao, esa peculiar forma de improvisar, descargar y controlar, al mismo tiempo, a la orquesta con su bajo podemos estar de acuerdo con las reflexiones iniciales del personaje de El contrabajo, de Patrick Suskind, que decía que una orquesta podría prescindir del primer violín, de timbales y trompetas, incluso del director de orquesta, pero no del bajo.
En la película Calle 54, de Fernando Trueba, Bebo Valdés y Cachao interpretaron a su manera el clásico Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, y cada uno demostró en un par de tomas por qué son unas leyendas de la música cubana.
“Paganini no repite”, le dijo Cachao a Bebo en tono de broma en ese primer encuentro musical que logró Trueba. Se conocían desde niños, pero nunca habían tocado juntos. Al terminar la sesión, vinieron los aplausos de quienes trabajaban en el rodaje, y Bebo se desprende del piano y arranca en aplausos, también, para dirigir la ovación con regocijo hacia Cachao.
De igual modo sucedió con Paquito D’Rivera cuando fueron a grabar la danza Al fin te vi, de Ernesto Lecuona. Cuenta Cristóbal Díaz Ayala que en diez minutos se pusieron de acuerdo: Paquito sustituyó “la mano derecha del piano, llevando la melodía, y Cachao la difícil mano izquierda de la música de Lecuona, llevando el ritmo y armonizando”.
Esta primera pieza de Lecuona, en Master Session, Volume I, nos da la pauta musical del álbum: escuchen el bajo de Cachao, que como dice el coro de Descarga Cachao, el último tema de ese disco: “Como mi ritmo no hay dos”.
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