Umberto Eco nos recuerda constantemente que las ciudades de las que nos hablan los escritores en sus novelas generalmente son imaginarias. Las calles que nombran no cruzan con las calles que realmente deben cruzar, mas sin embargo el cruce, la esquina, existe en realidad.
En las novelas de Paul Auster los personajes se pasean por ciudades imaginarias (Manhattan, Brooklyn). Si queremos seguir las pistas de sus personajes según el mapa que nos dibuja, no sólo nos perderíamos, sino que no llegaríamos a ningún lugar. Allí lo que importa, más que la ilusión de recorrer una ciudad, es el azar del recorrido. Que a pesar de ser ciudades ordenadas, sistematizadas, con mapas en cada estación del metro, uno llega al lugar que desea por pura intuición. (Para uno, acostumbrado a tener como norte al Ávila, orientarse parece tarea sencilla, pero en una ciudad donde la montaña no es más que un acto de fe, sólo nos queda que el azar se cruce con nuestro destino para llegar a buen puerto). Es así como nos conduce Auster en su última novela, El libro de las ilusiones, con una azarosa premeditación hacia unos parajes –incluidos libros y películas mudas– en la búsqueda de un hombre que se ha borrado del mapa.
El libro de las ilusiones, Paul Auster
Anagrama | Panorama de narrativas, 2003
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