por Raúl Cazal
Foto: Maiquel Torcatt
Lorenzo Silva escribe novelas policiales en un país que está consternado actualmente –más allá de la crisis económica– porque el Barça y el Real Madrid han quedado fuera de la Champion League. Sin embargo, a pesar de que “la cultura no es un bien de primera necesidad” –lo dice sin dejo de rencor–, sus libros han sido marcados por los premios literarios, desde que su novela La flaqueza del bochevique quedara finalista en el Nadal, en 1997, y fuera llevada al cine por Manuel Martín Cuenca, en 2003.
Algunos lectores le han confesado que se han incorporado a la
Guardia Civil después de leer la serie, lo que le ha dejado “una sensación de
sobrecogimiento” porque su obra no es un documental, sino una ficción, “una sublimación
del trabajo policial”. Lo que le ha permitido reflexionar sobre “ese mecanismo
curioso de cómo el mito se construye a partir del logos y acaba a su vez
construyendo el logos”.
Su reciente visita por Caracas fue fugaz, tan sólo tuvo
tiempo para recorrer el centro de la ciudad, el Ávila y la Ciudad
Universitaria, mientras que al caer la tarde del sábado y domingo, cuando
comenzó el IV Festival de Lectura, en la plaza Altamira de Caracas, disertó
sobre literatura policial con los escritores Marcos Tarre, Ana Teresa Torres,
Alberto Barrera Tyszka y Mónica Montañés, en una “mesa redonda” denominada “Literatura
en Eñe: Negro que te quiero negro”, moderada por Eloi Yagüe.
La culpa la tiene Chandler
Silva resume que llegó a la literatura negra como lector,
aunque venía de terrenos muy distantes de este género. Comenzó con el boom latinoamericano y con los
imperdibles Franz Kafka, Marcel Proust, James Joyce, Joseph Conrad, Robert
Musil: “Literatura que un principio no se asocia con lo policíaco. Incluso,
había autores que eran contrarios a este género, como Ernesto Sábato, a quien
leía mucho, y era enemigo declarado”. Su licencia de abogado no tuvo nada que
ver con esta elección literaria, pero admite que le ha ayudado posteriormente.
–Tampoco fui un lector muy fanático de la novela policíaca.
Disfruté mucho con Dashiell Hammett, pero la culpa la tiene (Raymond) Chandler,
de quien leí todas sus novelas, sus cuentos, sus cartas. Me parecía que aparte
de la intriga criminal y la fascinación que ésta produce, era un escritor en
cada frase, en cada réplica de un diálogo.
–¿Cuál es su denuncia
en la novela policial?
–Creo que hay que denunciarlo todo. España está llena de
cosas denunciables, como cualquier sociedad. Ahora está pasando por una era de
autoflagelación y tendemos a pensar que somos peores que cualquier otro. Mi
perspectiva es un poco contraria a lo que predominaba en la novela policial
española, que prefería al outsider,
al marginal, al detective o al ex policía que investiga crímenes fuera del
sistema. Tuve el acierto, inconsciente, de que mis personajes trabajaran para
el sistema, en investigación criminal dentro la unidad de policía judicial; por
tanto, investigan delitos para entregarlos a los jueces y que estos hagan
funcionar las leyes. Curiosamente, ese punto de vista es mucho más eficaz que
el outsider para hacer una crítica
integral del sistema. El que está dentro conoce de primera mano los fallos del
poder y las miserias de la sociedad. La mirada crítica la puedes hacer girar en
361 grados, porque el último punto es el del investigador sobre sí mismo, que
sigue trabajando en un sistema que no funciona como él querría.
–¿Por qué aparece
esta literatura después de la muerte de Francisco Franco?
–Antes era muy difícil, realmente. Aunque a mí me gusta
hablar de un autor que casi todo el mundo ha olvidado: Francisco García Pavón,
que escribía unas historias criminales ambientadas en un pueblecito de La
Mancha. Mucha gente dice que no es novela negra, porque es excesivamente
conservador y conformista. Quienes hacen este tipo de comentario no han leído
ni una sola línea de García Pavón, porque este escritor lanzó una mirada bastante
corrosiva contra la hipocresía de la sociedad franquista. Indudablemente, no es
un autor marxista-leninista, porque no habría podido publicar en la España de
Franco, pero es el primer gran autor de novela negra, de crímenes en ambiente
rural, que no tienen el glamour de
los urbanos, pero que reflejan una sociedad. No hay muchos más escritores,
porque es muy difícil escribir una novela que pone de relieve las disfunciones
de una sociedad que por definición no lo es en absoluto. Una sociedad
autoritaria no admite la disfunción. Todo está perfectamente ordenado por la
autoridad del supremo líder, por tanto, es una literatura inviable. Cuando este
régimen autoritario decae, se producen dos cosas: por un lado, la posibilidad
de expresar las disfunciones de formas más libre y, por otro lado, la recepción
de la literatura negra norteamericana, que había tenido malas traducciones,
irregulares y difíciles de localizar.
La cara del escritor
–¿Los escritores de
novelas policiales están siempre escribiendo la misma obra?
–No. Siento que muchos escritores están repitiendo esquemas
funcionales de la novela policial, pero no todos. Aquí se pone en juego el
paladar y el criterio del escritor. La librería está llena de libros. No todos
son igual de buenos.
–¿Quién te guía
literariamente?
–La experiencia de leer mucho. Cuando un escritor reproduce
tres o cuatro esquemas, salta a la vista en las primeras páginas. Y cuando
alguien aporta una mirada diferente, se ha trasladado a un ángulo distinto,
también te lo dicen esas páginas iniciales. Al final estamos hablando de
literatura, y el escritor enseña la cara en la primera frase.
–¿Escribes para algún
lector en particular?
–Pienso en los libros que me interesan a mí. Admito que Frankestein (de Mary Shelley) es un buen
libro, pero yo no lo escribiría, no entra dentro de mis coordenadas. Las historias
que a mí me interesan intento contarlas para un lector al que sólo le pido una
cosa –me da igual su edad, su ideología, sus intereses–: que le dé una
oportunidad a una historia que en algún momento le requerirá algún esfuerzo, salirse
de unas coordenadas del relato audiovisual predominante.
–¿Compites con las
historias que cuentan en el cine?
–No compito por ese público con nadie. Lo que ha sucedido
con esa gente es que no les han enseñado a leer, que es tan atractivo y
gratificante, que es compatible con todo lo demás, como el cine. En la lectura
se encuentran las narraciones profundas, que llevan al tuétano del hueso. Hay
buenas películas, pero ninguna de ellas me lleva a donde llegan Kafka o Proust.
El fallo del sistema
–El escritor Ricardo
Piglia ha dicho que la literatura policial y la de ciencia ficción son más
eficaces en la crítica al capitalismo.
–Hay sistemas que, aparte de ordenar la realidad, invierten
mucho esfuerzo en convencernos de que son el mejor sistema posible y todos los
demás están equivocados. El capitalismo es uno de ellos, pero no es el único
que se ha inventado en la historia. Estos dos géneros son muy buenos desde esta
perspectiva, porque la novela negra sucede en el fallo, en la grieta de la
sociedad. Allí es muy difícil de convencer que todo es perfecto. Por otra
parte, la ciencia ficción tiene la capacidad de generar espacios alternativos.
Entonces, a esos sistemas que tienen la vocación de ser universales y
excluyentes de cualquier otra solución, pues esa apertura a otras dimensiones
les resulta incómoda.
–Hace más de un siglo,
Anatole France sentenció que “la Ley, en su
magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los
puentes, mendigar por las calles y robar pan”.
–Aparentemente, tenemos vigente la Declaración Universal de
los Derechos del Hombre, que reconoce un cierto escenario que se ve
permanentemente transgredido por las consecuencias de un sistema –que es el que
rige la economía mundial– que no está produciendo un avance hacia la
realización de ese ideal que representa la Declaración, sino, más bien, un
alejamiento. La brecha entre ricos absolutos y pobres en su dignidad, se va
haciendo cada vez mayor. Y cuando el abismo es tan ancho, no hay declaración de
derechos que valga. ¿Cómo van a ser iguales los derechos de una persona que no
tiene quién le defienda, a los de aquella que cuando tiene un problema puede
poner encima de la mesa un fajo de dinero que le va a garantizar el trabajo del
mejor abogado las 24 horas del día? Yo soy abogado y he visto en los tribunales
a gente desnuda, supuestamente con un “abogado”, pero desnuda, y a otras perfectamente
apertrechadas.
–¿Puede surgir una
novela a propósito de los indignados?
–Los indignados creo que son un fenómeno curioso, todavía
incierto, con sus luces y sus sombras, con sus fortalezas y debilidades, pero
que en todo caso representa una conciencia interesante. Tenemos un sistema
político y económico que invierte mucho en sostener que no hay nada mejor y que,
además, todo funciona de la mejor manera posible. La realidad es que muchas
personas se van viendo excluidas de la fiesta y, sin embargo, los medios no lo
cuentan, lo cuentan tarde o mal. Y tampoco los gobernantes recogen ese
descontento. Es por ello que la gente ha dicho: “si nadie lo cuenta, si nadie
se hace eco, vamos a hacer que esto suene”. Entonces han generado, a través de
las redes sociales, un medio de comunicación alternativo a los periódicos, a
los medios de comunicación que no reflejan este descontento y que siguen
comprando la propaganda del poder. Ahora, el movimiento tiene la antigüedad
suficiente para que cristalice en algo que tenga verdadera influencia en la
sociedad. La gran paradoja es que el 15M surgió el año pasado en España, tuvo
aparentemente aceptación popular, estuvo ocupando la Puerta del Sol durante un
mes, salió en todos los medios de comunicación, pero al final ha ganado las
elecciones por mayoría absoluta un partido cuyo programa político es opuesto,
punto por punto.
–¿Cómo traduciría
este movimiento?
–En algún momento hay que traducir ese espectáculo callejero
en capacidad real de influir en la gobernación pública. Esa es la asignatura que
le falta al 15M. Al final, un movimiento se tiene que traducir en una opción
política. No basta con estar dando golpes en la calle.
–¿Ha desmovilizado al
elector descontento del sistema?
–Veo en España mucha gente paralizada por el miedo, por el
terror, sin saber en qué dirección comenzar a moverse. En todo caso, nos
estamos enfrentando a una crisis del sistema. Aquí (en España) hubo una época
dorada del capitalismo, que fueron los 20 años posteriores a la caída del Muro
de Berlín. El capitalismo se quedó solo y entonces dijo: “Por fin tengo al
mundo para organizarlo a mi antojo”. Se emborrachó con esa sensación de
victoria, cometió gravísimos errores: incluso se apartó de sus postulados,
porque el capitalismo “clásico” está basado en la libre competencia y ésta es
una competencia leal, en condiciones de igualdad de los agentes. En lugar de
eso, ha sido un territorio de especuladores, ventajistas, estafadores. El
capitalismo ha dejado que agentes muy poderosos se salten sus propias reglas,
donde el más fuerte y el más espabilado le ha hecho trampas a todos los demás.
–El capitalismo nunca
ha mostrado esa transparencia que supone su teoría clásica.
–Tengo ciertas dudas cuando un sistema tiene pretensiones de
ser universal y perpetuo. Las realidades tienen unas dinámicas muy ricas, para
que un solo sistema, concebido en un momento y en un lugar dado, tenga la
capacidad de resolver los problemas en cualquier contexto y situación. Ese
optimismo obsesivo del capitalismo es uno de sus primeros fallos.
–Por lo menos podemos
agradecer que ya no esté Joseph McCarthy.
–No está McCarthy, pero ahora mismo tenemos a Facebook.
–¿Facebook es el
McCarthy actual?
–Lo que veo es que la gente pone mucha información personal
en un sistema informático de cuyo control no tiene especial noción, y que al
final de la cadena pudiera estar un McCarthy, pero que es opaco para ellos.
Publicado en La Artillería, No. 98, suplemento dominical del Correo del Orinoco, Caracas, 13 de mayo de 2002 y en AVN.
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