17.6.02

La imaginación es más peligrosa que la realidad

Alzar el vuelo (Primer intento)

Resumir la vida de un hombre es una tarea ardua. Es por ello que me resisto a decir que Tomás Eloy Martínez, el autor de El vuelo de la reina, Premio Alfaguara de novela 2002, nació en Tucumán, Argentina, en 1934, escribió libretos para el cine y la televisión. Si dijera eso, caería en la tentación de decir que fue crítico cinematográfico en el periódico La Nación e integró el equipo de dirección del semanario Primera Plana, antes de dirigir La Opinión Cultural y la revista Panorama y formó parte del equipo creador del diario Página 12. Todo esto lo hizo en Argentina, mientras que en Venezuela, donde vivió entre 1975 y 1983, fundó El Diario de Caracas e implantó el estilo del nuevo periodismo en este periódico. Actualmente es colaborador de El Nacional de Venezuela, El País de España y The New York Times de EEUU.

Hasta aquí, la vida ha quedado resumida en unas cuantas líneas y todavía no hemos contado las otras novelas que ha publicado: Sagrado (1969), La novela de Perón (1985), La mano del amo (1991) y Santa Evita (1995). También publicó un libro de relatos: Lugar común la muerte (1979) y otro de trabajos periodísticos: La pasión según Trelew (1974). Dejemos que corra su voz.

Levantar el vuelo (Segundo intento)

Mis inicios en la literatura comienzan a los 11 o 12 años. Vivía con mis padres en una casa en las montañas cerca de Tucumán. Todos los días íbamos a la ciudad en las mañanas porque allí quedaba la escuela, al mediodía almorzaba en casa de mi abuela con mis hermanas y en las tardes, alguien nos llevaba a casa.

Un buen día aparece un circo y le pido permiso a mi padre para ir y el me lo niega aludiendo que allí sólo dicen obscenidades. De todas maneras fui. Llegando a la carpa de telones raídos había gitanas que leían la mano, las cartas, gente que vendía bebidas que curaban todo tipo de mal incluyendo el reumatismo.

En la entrada del circo me sorprendió ver una chica que estaba en una écuyère. Era delgadísima y pálida. Vi la función de los perros, los malabaristas, un espectáculo de poca monta que, para un niño de esa edad, es toda una revelación. Al final del espectáculo, el dueño invita a los asistentes a la obra de teatro La tísica. En ese momento debí haberme marchado del circo para llegar a tiempo a la casa de mi abuela y no quedar al descubierto pero me quedé porque la protagonista era la muchacha delgada y pálida de la entrada de la que había quedado prendado.

Cuando terminó la obra era tardísimo y en casa todos estaban preocupados. No era para menos. Me habían buscado por todos lados, en los hospitales, en la policía. Mis padres me pusieron un castigo inmisericorde: cero cine y cero lectura de libros por un mes. Fue entonces cuando decidí escribir en relatos el rencor y lo injusto que eran conmigo. Sin embargo, el mundo de la ficción se me abrió gracias a que al lado de la casa de mi abuela vivía un anciano coleccionista de estampillas, con el que me encerraba todas las tardes a ver las imágenes del mundo atrapadas en esos ínfimos rectángulos.

En aquellos relatos, yo entraba caminando en el paisaje de una estampilla de correos -creo que era una estampilla de Guinea-. Ese simple acto de transmigración y de transfiguración me permitió viajar, o imaginar que viajaba, desde el paraje exótico donde desembarqué a todas las otras geografías. Me permitió entrar en la intimidad de infinitas casas, entender incontables dialectos sin saber ninguno, y compartir todas las felicidades y tragedias. En una de esas, mi madre se percata que estoy escribiendo y me pide para leerlo. Ella, que definitivamente es una mujer inteligente, lo confisca y me pide que le escriba un poema para ella, cosa que hice con agrado. Un tiempo después entendí que es más peligrosa la imaginación que la realidad.

Concursos al vuelo (tercer intento)

He concursado en pocas oportunidades porque no tengo suerte. La primera vez lo hice en Tucumán con poesía y gané algo así como si hoy fuera 15 mil dólares. Al año siguiente lo gané en narrativa. Hasta ahí todo iba bien con los concursos. Me fui a Buenos Aires y mis compañeros me auparon para que concursara con unos poemas que había seleccionado a un premio de una editorial prestigiosa. El jurado le dio el premio a otro libro aunque ellos consideraban que el mío era mejor en cuanto al oficio pero había un detalle que faltaba en el poemario: la pasión. Razón tan contundente que decidí no escribir más poesía. Hoy agradezco que no me hayan dado el premio. Ahora sólo escribo para consumo personal y por cuestiones de respeto, con el género y con los lectores, las engaveto.

Santa Evita concursó en el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de 1996 y no tuvo suerte. Quien ganó, Angeles Mastretta, realmente no mereció ganarla con esa obra, con Mal de amores. No quiero decir que Santa Evita sea mejor que Mal de amores, no. Y mucho menos que sea un mal libro. Pero de toda la obra de Mastretta, este libro no era merecedor de este Premio.

Por esa razón decido no participar en concursos. Cuando terminé El vuelo de la reina se la entregué a mi agente literario para que la ofrezca a las editoriales pero a él le pareció que valía la pena presentarlo al Premio Alfaguara de novela 2002. Y así fue. Aunque el ganarlo fue una sorpresa, no me lo esperaba en modo alguno. En Argentina además se lo tomaron muy a pecho, porque dijeron que entre tantas malas noticias por fin recibían una buena.

El vuelo de la ficción y la realidad (cuarto intento)

La “Nota final” de El vuelo de la reina reza lo siguiente: “Todos los personajes y lugares de esta novela, aún los que parecen tomados de la realidad, corresponden al orden de la ficción. Leerlos de otro modo violentaría su naturaleza”. Generalmente estas notas se colocan al principio. Si Tomás Eloy Martínez hubiera seguido la costumbre de estos enunciados, el lector habría violentado la naturaleza de la novela o de la realidad. Aunque explique de lo que escribe:

“Las tres últimas novelas que he escrito, La mano del amo, Santa Evita y El vuelo de la reina, en tanto siguen sin resolver la identidad entre ficción y realidad, se mueven en el camino del medio, entendiendo el medio en el mismo sentido de Gilles Deleuze: como el lugar del movimiento, del pasaje, el punto de máxima velocidad, el imprevisto y vulnerable punto por donde las cosas empujan. ¿Medio entre qué y qué, podría preguntarse? Medio o línea del medio en la que todo cabe, todo vale: en la que el lenguaje se nutre hasta de aquello que la tradición podría considerar como escoria, como no literatura, mientras, a la vez, se afana en busca de un orden verbal, de una estructura capaz de descubrir la realidad como otra cosa: como una transfiguración o epifanía. De esa manera, el camino del medio no es la búsqueda de un promedio, de una conciliación entre contrarios sino, como diría Deleuze, es la fruición por el exceso.”

La duda vuela (quinto y último intento)

He sido periodista y creo seguirlo siendo porque todavía escribo artículos para periódicos. El periodismo no es algo que tú elijas. Ejerciendo este oficio aprendí a separar al escritor que puede escribir en los periódicos del que escribe novelas. La persona que escribe una cosa y la otra es la misma. El que hace periodismo piensa siempre en el lector, pero quien escribe literatura, si piensa en el público, está perdido.

En El vuelo de la reina todo es ficción. Al lector le planteo una duda que va recorriendo todo el libro. Está en él dar con las claves. Varios amigos, entre ellos García Márquez, quien fue el primero en leer la novela, me han planteado que la estructura de la novela les genera una incertidumbre constante o que del personaje G. M. Camargo sólo hay algunos indicios de su vida pasada y no hay detalles de su ascenso social. Si hubiera explicado al detalle cada uno de los cabos sueltos desde el principio no estuviera haciendo literatura sino periodismo.

En el periodismo no hay posibilidad de dudar, de inventar algo. Y sobre todo, no existe la ficción. Si sembramos una duda tratamos de responderla. Realizamos una investigación y corroboramos los datos. En la novela la ficción se impone y los hechos son voluntad del personaje. "Lo demás es silencio", como diría Shakespeare.

El vuelo del escritor (P. S.)

Me hubiera gustado escribir Don Quijote de La Mancha. Me encanta como Cervantes logró destilar la vida con este personaje. De escoger algún libro, sería este pero si quieres que te diga de algún contemporáneo, te puedo decir Los inconsolables, de Kanzo Ishiguro.