22.7.04

Sagrada realidad

Rodrigo Rey Rosa es conocido en el mundo literario como una promesa de la literatura, no sólo guatemalteca, sino latinoamericana. Es lo que llaman los académicos: “Una nueva voz”. Desde la década de los noventa su obra ha corrido con muy buena suerte hasta el punto de ser traducido al inglés por Paul Bowles, al francés y al alemán. Ningún lugar sagrado es una mirada de un guatemalteco que vive en Nueva York. Al principio de los cuentos podríamos caer en la tentación de pensar que es un escritor de reseñas de una ciudad que puede albergar a dementes que asesinan a sus room mates o de asesinos que le parten el cráneo a indigentes mientras duermen en la calle. Cosas que al parecer sólo suceden en las grandes ciudades y que, escritas con la crudeza de la realidad, podrían pasar como un texto que ya no afecta a nadie y, mucho menos, sorprender a alguien. Rey Rosa, sin embargo, no se queda en retratar una realidad, sino que con el uso del lenguaje, escribe para denunciar o para contar desde un lugar tan mítico o sagrado como pueden ser Nueva York o Guatemala.

Ningún lugar sagrado, Rodrigo Rey Rosa
Seix Barral, Biblioteca Breve, 1998.

El afecto según Tulio

En 1999 la palabra “afecto” tenía un significado muy diferente al que hoy tiene. Un sector político y mediático le da uso para nombrar a quienes están en la otra acera política. Una palabra como esa, Tulio Hernández nos la presentaba como un resumen de nuestros sentimientos sobre esta ciudad que amamos y odiamos. Pasiones encontradas sobre un mismo tema y por ello el título: Caracas en 20 afectos. Pero realmente son más los afectos que lo que cuenta el título porque las historias escritas van acompañadas de otras historias: las fotográficas. Es sin lugar a dudas un testimonio de una ciudad que parece no tener memoria, introducido por el texto magistral de José Ignacio Cabrujas, “La ciudad escondida”. Texto que una década atrás la Fundación Polar y Oscar Todtmann publicaran para presentar el libro Caracas, con fotografías de Gorka Dorronsoro y diseño de Álvaro Sotillo. Lo que Hernández no vislumbró en su momento fue que los autores que aparecen en este libro (que se parece a un libro-objeto, sólo para ser visto, pero no lo es), unos años después de su publicación, hoy por ejemplo, lo que menos se tienen entre sí es afecto.

Caracas en 20 afectos, Tulio Hernández (compilador)
Museo Jacobo Borges, 1999.

23.6.04

Pereira para vivir

La poesía de Gustavo Pereira siempre nos interroga y nos muestra otros lugares como propios. Avisa que la vida puede ser tan solemne como irónica, pero sobre todo, entendemos o intuimos que los poetas no son lo que parecen y mucho menos la poesía. Quizás le pedimos mucho a algo que puede ser tan sencillo como puede ser la vida, el amor o la muerte. Sentimentario es uno de los tantos somaris de Pereira que se disfrazan de poesía, que no son haikú, sino somari. Breves como el espacio y el tiempo cuando se juntan para decirnos que existimos en un instante. Juan Liscano había dicho en alguna oportunidad que “... Pereira deja entrever su dualismo existencial, esa soledad creadora que se alimenta de mundos y de hombres también aniquilantes. Alimentarse de lo que nos mata. Así mismo la humanidad se come al planeta que lo sustenta. El signo real de la condición humana sin esperanza metafísica es la antropofagia. Pereira no declina su fe en la esperanza humana. Se trata efectivamente de creer en el misterio de la condición humana...”. Sentimentario es poesía que no se esconde detrás de la palabra, ni en la incertidumbre aunque muchas veces lo aparenta.

Sentimentario, de Gustavo Pereira
Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2004

Días de radio

La sociedad y la política pasa primero por ser voz en la radio. Si no es el primer medio de comunicación al que visitan hertzianamente, por lo menos es el lugar de más fácil acceso para los ciudadanos, y además, porque presienten que sus historias, al escucharla uno, también lo hace una gran audiencia, y todo ello, a través de una simple llamada telefónica, sin necesidad de desplazarse y de hacer colas inútiles. Allí, no hay papelitos de espera. El ciudadano de radio, antes que obsequiarle algo a su amada, llama a la emisora y le pide al locutor que le dedique una canción y que por favor diga que es para su novia que cumple años. Así como aquél, que en vez de ir a la policía o las instituciones públicas pertinentes para hacer una denuncia, primero quieren que la injusticia que le ha tocado vivir la sepa todo el mundo, en vivo y en directo. En el cine la radio ha sido abordada para mostrar nostálgicamente a un país o a una familia, pero también ha mostrado esa cara perversa que tiene la sociedad. Rosalía Winocur en su libro Ciudadanos mediáticos, aborda “la construcción de lo público en la radio” a partir de un estudio sobre Ciudad de México. Su reflexión sobre las nuevas formas de convivencia, de inclusión y exclusión social, así como las prácticas políticas y las relaciones de poder, nos ilustra que en nada se diferencia Caracas de esa gran capital que está tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.

Ciudadanos mediáticos, de Rosalía Winocur
Gedisa, Serie Culturas, 2002

20.5.04

Lugares de memoria

Juan José Saer es uno de los escritores argentinos contemporáneos más relevantes de la literatura de ese país que vive en Francia desde 1968. Esto quizás podría ser una explicación para quien quiere ser un escritor argentino, pero no. Es sólo un dato para entender la perspectiva de la narrativa de Saer que es tan vasta como diversa. El primer libro que leí de este autor (La pesquisa) me dejó sin aliento desde la primera página y al final uno termina comprendiendo que la literatura, aún siendo policial, puede ser un sueño. El segundo (El río sin orillas) fue un ensayo que se lee como una novela y el tercero (Lugar) es un libro donde los personajes que están en algún espacio de la memoria y del tiempo. Relatos breves que dan forma de un diario cotidiano de alguien que bien puede estar en Viena, Dakar, Uagadudu o Buenos Aires en momentos distintos, como suele suceder en la literatura.

Lugar, Juan José Saer
Seix Barral, Biblioteca Breve, 2000

6.5.04

Tener madera

Atanasio Alegre siempre está contando historias y para cada ocasión tiene una anécdota que puede complementar una conversación. Inclusive, hasta puede culminarla con mucha gracia. Su nueva novela El club de la caoba, que viene a formar parte de una trilogía con Las luciérnagas del cerro Colorado y de otro que estará por venir, nos reafirma esa gran capacidad de conversador, pero llevada a lo escrito, retratando a una sociedad que no le interesa lo que suceda allá afuera, que trata de olvidar un pasado. No importa si es a costa de la muerte o asesinatos de otros. Lo importante es vivir, aunque algunos no puedan hacerlo en un país donde todos son extranjeros: los que nacieron adentro, pero fueron desplazados hacia la ciudad, y los que vienen de afuera. Estamos hechos de minorías aunque parezca lo contrario. La gran diferencia reside en aquellos que lograron hacer dinero y aprovecharon la bonanza del país. Y para eso, al parecer, hay que tener mucha madera. El club de la caoba es una novela coral que en cada capítulo está comenzando la historia –como el país– porque todos los personajes tienen algo que mostrar. Ellos le advierten al lector que “la regla de oro es sobrevivir con el menor número de molestias”.

El club de la caoba, de Atanasio Alegre
Alfadil Ediciones, Ludens, 2004

29.4.04

Lágrimas por miedo

La violencia que se vive en América Latina muchas veces queda marginada del pensamiento porque solamente se retrata en cifras y gráficos, como tratando de mostrar alguna evidencia y no es precisamente para sentirnos orgullosos de quién lleva un mejor promedio en cuanto a muertes por armas de fuego en un fin de semana. La violencia ni siquiera es un motivo de competencia, no podemos decir que Caracas es más violenta que Sao Paulo o Bogotá. Tampoco nos consuela tener índices menores que otras ciudades porque lo que queda detrás de cada muerte, además del llanto, es el miedo. Y comprenderlo, es quizás algo que no alcanzamos a atisbar porque el miedo es algo tan cotidiano que nos hemos acostumbrado a vivir encerrados, pendientes de la tele o de la radio (medios destinados, según Martín-Barbero, a meternos más miedos), a comprar seguridad y a bloquear las calles para supuestamente tener mayor control y a excluir a los demás ciudadanos que no sean del vecindario o de la misma condición social. Ciudadanías del miedo tiene el valor de ser un libro singular puesto que nos entrega otra visión de la realidad de las ciudades latinoamericanas inmersas en violencia para decirnos además que vivimos con miedo y, algunas veces, hasta masoquistamente con humor.

Ciudadanías del miedo, Susana Rotker (editora)
Rutgers, Nueva Sociedad, 2000

Transeúnte

No es extraño que Leonardo Padrón consiguiera una fórmula entre poesía y ciudad porque él es un hombre de a pie. Si no anda en Metro va en carrito o en taxi, siempre es transeúnte con sus zapatos deportivos bien puestos por si hay que echar a correr. Su palabra está en la mirada de una calzada, pero no en la calzada en sí, sino en las piernas que se alzan, en las faldas que bailan al ritmo de un cruce de calles. Poesía para buscar el amor o para extraviarse. En Boulevard no hay belleza ni ríos prístinos, los bares son una excusa para la travesía o el recuento de un crimen y los ocasos son vistos desde la perspectiva de vivir en un piso alto –que no es lo mismo que presenciarlo desde PB–. Padrón es un poeta en una ciudad –o en un país– donde los poetas ya no cuentan y Boulevard no es un canto, sólo es poesía.

Boulevard, Leonardo Padrón
Colección La Diosa, 2002

7.4.04

Malas noticias

Bogotá está punto de ser tomada por la guerrilla. Quizás sea ficción, pero antes de prender la tele e indagar en CNN de la certeza de la noticia, es preferible internarse en la lectura del último libro de Santiago Gamboa: El cerco de Bogotá. Quizá el lector entienda que es puro cuento, pero también podemos comprender que es una realidad, que pudo haber sucedido o que es algo que está pendiente. Realidades que sólo parecen suceder en tierras lejanas y desconocidas, en vivo y directo o en tiempo real, pero que también puede sucederle a nuestro vecino país. Y como en estos tiempos está visto que cualquier cosa puede suceder y la realidad muchas veces supera a la ficción, Gamboa se adelanta, por si acaso. Y si no llega a pasar nada, no importa. Sólo era un cuento, acompañado de otros donde los periodistas son personajes de historias de amor, asesinatos frustrados y aeropuertos tristes.

El cerco de Bogotá, Santiago Gamboa
Ediciones B / Ficcionario, 2003

25.3.04

Las pistas del azar

Umberto Eco nos recuerda constantemente que las ciudades de las que nos hablan los escritores en sus novelas generalmente son imaginarias. Las calles que nombran no cruzan con las calles que realmente deben cruzar, mas sin embargo el cruce, la esquina, existe en realidad. En las novelas de Paul Auster los personajes se pasean por ciudades imaginarias (Manhattan, Brooklyn). Si queremos seguir las pistas de sus personajes según el mapa que nos dibuja, no sólo nos perderíamos, sino que no llegaríamos a ningún lugar. Allí lo que importa, más que la ilusión de recorrer una ciudad, es el azar del recorrido. Que a pesar de ser ciudades ordenadas, sistematizadas, con mapas en cada estación del metro, uno llega al lugar que desea por pura intuición. (Para uno, acostumbrado a tener como norte al Ávila, orientarse parece tarea sencilla, pero en una ciudad donde la montaña no es más que un acto de fe, sólo nos queda que el azar se cruce con nuestro destino para llegar a buen puerto). Es así como nos conduce Auster en su última novela, El libro de las ilusiones, con una azarosa premeditación hacia unos parajes –incluidos libros y películas mudas– en la búsqueda de un hombre que se ha borrado del mapa.

El libro de las ilusiones, Paul Auster
Anagrama, Panorama de narrativas, 2003