2.8.11

Ricardo Piglia: El sueño de los neoliberales es la pesadilla de los pobres


por Raúl Cazal.


Saluda con una sonrisa e inmediatamente tiende la mano para estrecharla con efusividad. Así recibe Ricardo Piglia a quien va a su encuentro. A sólo horas de haber llegado a Caracas para ser protagonista de la ceremonia del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos –que este año le fue concedido a su obra Blanco nocturno–, también se conoció que en la Semana de la Novela Negra que se celebró a finales de julio en Gijón, España, le fue otorgado el Premio Hammett por esa misma novela. En 2010 ya había obtenido con ella el Premio de la Crítica de España.

–Eso me pone un poco incómodo –dice con gracia–. Un premio, dos, está bien; pero tres, es un exceso.

A los 16 años decidió ser escritor y emprendió la escritura de un diario en el que aparecen ya, dibujadas, partes de su futura narrativa. Recientemente publicó unos extractos en el suplemento Babelia, de El País, porque “quería romper un poco con ese mito de que los diarios eran algo secreto”. Sus novelas Respiración artificial, La ciudad ausente, Plata quemada y Blanco nocturno –diversas y disímiles– se entrelazan por medio del personaje Emilio Renzi, que apareció por primera vez en cuentos de La invasión y Nombre falso.

Para Piglia es un gusto estampar dedicatorias a los lectores en las primeras páginas de sus libros. Se fija en los cuadros del artista plástico Rómulo Maccio que ilustran las portadas de las primeras ediciones y revela que, además de proseguir con su diario, está escribiendo un libro de cuentos que llamará Historias personales. Al terminar de firmar la nouvelle Prisión perpetua y los volúmenes de ensayo Crítica y ficción, Formas breves y El último lector, confiesa sin agotarse:

–He escrito demasiados libros, me parece.


Las marcas de un diario
–En las novelas Blanco nocturno y Respiración artificial reitera citas sobre la experiencia. En palabras de Louis-Ferdinand Celine, ¿qué ilumina la obra de Ricardo Piglia?

–Creo que la insistencia en las citas, que están separadas por más de 30 años, es porque es central el modo en que la literatura actúa en la realidad. Las novelas trabajan sobre cuál es el sentido de la vida, de la experiencia, y es un elemento muy importante en los personajes, desde El Quijote hasta la actualidad. Lo que está tratando de hacer don Quijote es darle un sentido a su experiencia (y éste tiene que ver con lo que ha leído) y ser un caballero andante. Esa relación entre experiencia y sentido, que está presente en una dirección que nunca está tan nítida, que no es clara, es lo que me interesa. Especialmente porque un novelista investiga sobre ciertos enigmas personales. Y cuando digo el sentido, no quiero decir el sentido de la vida en general. La novela no es como la filosofía, aunque trabaja problemas filosóficos. En la novela eso se convierte en un caso personal de un sujeto que se está diluyendo, y las citas me ayudan para marcar campos que quiero señalar.

–¿Todo esto lo escribe primero en su diario?

–La cita de Celine que aparece en Blanco nocturno la encontré en una entrevista que le hacen en The Paris Review, una revista norteamericana que muestra cómo trabajan los escritores. Las anoto y luego aparecen de nuevo. No es que la cita aparezca inmediatamente ligada a la escritura del libro. El diario es como un laboratorio, una mesa de trabajo donde hay, a veces, fragmentos de anécdotas o de diálogos que luego entran en los libros.

–¿Tenerlo escrito en los diarios le permite estructurar las reiteraciones?

–A mí me gustan ciertas reiteraciones de motivos en la música. Uno está escuchando a Charlie Parker y de pronto lo vuelve a escuchar en otro tema y siente que ha hecho una improvisación de una idea que había aparecido fugazmente en otro pieza. Definitivamente, son como apoyaturas para el escritor.

–¿A qué se debe que dialogue en sus diarios con Emilio Renzi, uno de los personajes de sus novelas y cuentos?

–Me parece que me permite decir algunas cosas que serían antipáticas si lo dijera en primera persona. Ciertas actitudes y posiciones que él dice con mucha seguridad o provocativamente, me parecen interesantes como tono de un personaje. Tampoco muchos recuerdan esa conversación de Renzi sobre literatura argentina.

–Está en Formas breves.

–Sí. Ese es un texto que escribí en el año ochenta y pico, si no me equivoco. Surgió después de la publicación de Respiración artificial en Argentina, y era muy habitual que me atribuyeran a mí las cosas que decía Renzi sobre Jorge Luis Borges, Roberto Arlt o la literatura. Aparecían citadas como si fueran mías, y eso fue un intento para decir que no soy quien está diciendo eso, es el personaje. En la novela hay ensayos, pero no son ensayos personales que escribo para decir esas cosas. A mí me interesa mucho el modo en que la ficción y la narrativa nos permiten plantear problemas de una manera que tiene mayor intensidad que el ensayo. Así que el personaje funciona, por un lado, como alguien que está haciendo una serie de experiencias de vida que yo no he hecho, paralelas a mí, y que también está pensando de una manera que tiene que ver con cosas que yo creo, pero que él las dice de un modo más tajante. Renzi trabaja más con consignas, como si siempre estuviera diciendo verdades absolutas.

–Por tanto, ¿no comparte con Renzi que Borges es el mejor escritor del siglo XIX?

–No, es un buen escritor del siglo XIX.

–En la literatura argentina Borges es una referencia, y Arlt también. Estos dos autores, tan controversiales en vida, en su cuento “Nombre falso” han confluido.

–He tratado.

–Uno en la forma de citarlo y el otro como recreación. ¿No sintió temor de crear una literatura que se pareciera a la de Borges?

–Ese es un riesgo que está presente en la literatura argentina para cualquiera que escriba. Cuando nosotros empezamos a publicar, la marca de Borges era una marca de estilo. Una primera camada de escritores le copiaron, porque es un estilo que se copia fácil. Entonces nosotros nos cuidamos mucho, nos alejamos, pero nos interesó algo que hoy funciona en la literatura mundial y se encuentra en G. W. Sebald, Claudio Magris, Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaño, que usan la literatura como un elemento de conversación entre los personajes, como podía ser la pesca de altura para Hemingway. Un tema que genera una serie de saberes, discusiones y técnicas sobre las cuales se puede hablar. Es ahí donde veo la marca de Borges, en mi caso. Poner a la literatura como si fuera un uso del lenguaje, a partir del cual se puede reflexionar en la vida cotidiana. Eso es algo que Borges ha hecho muy bien, y me parece que eso está presente en el homenaje a Roberto Arlt, que creo sería el relato más borgeano que he escrito, con una diferencia mínima: que Borges escribe historias de escritores imaginarios y que en este relato se hace una historia imaginaria de un escritor real.

Los mejores críticos del capitalismo
–A la novela Blanco nocturno recientemente le concedieron el Premio Hammett. ¿Qué apreciación tiene sobre el género de novela negra?

–Me gusta la existencia de cierta mitología que hay alrededor del género, y que incluye al cine y la moda. Los géneros populares, como el policial y el de ciencia ficción, son los mejores críticos de la sociedad capitalista. La ciencia ficción, que trabaja un poco con esta idea de cómo las innovaciones técnicas envejecen rápido y estamos llenos de máquinas de descarte que fueron grandes novedades en su momento, son temas que se leían en los años 50 con las novelas de Philip Dick, autor que hizo una crítica al capitalismo mucho mejor que la literatura de la crítica social que se estaba escribiendo en ese momento. Lo mismo el policial, que descubrió la relación entre el crimen y la política y lo puso en el centro de la escena literaria desde el principio.

–¿La crisis del capitalismo es abono para la literatura negra?

–Sin duda. El enigma de la economía actúa sobre las vidas personales, algo que el género ha trabajado y funciona como el destino para los griegos. Detrás de todas las grandes novelas policiales hay siempre un capitalista, como en las novelas de Raymond Chandler, de Dashiell Hammet. Cuando se busca la resolución del crimen, siempre hay una visita de Chandler a una gran casa en California donde hay un tipo que guarda un secreto y que maneja todo.

–También en Blanco nocturno.

–Cierto.

–¿Qué quiere desentrañar con esta novela?

–Yo no lo tengo claro, francamente. El horizonte de la novela tenía que ver, para mí, con la cuestión de que quiere decir algo parecido a otra cosa. Entonces, la noción del parecido circula de distintas maneras en la novela. El escritor siempre tiene que estar tratando de averiguar algo y cuenta una historia. Empecé a trabajar el parecido y las diferencias. El resultado son las mellizas y la relación entre Yoshio y el jockey. Este punto de partida también tendía a descifrar cierto funcionamiento social, de las apariencias sociales en los hijos de inmigrantes, que aparece como una familia de clase alta en ese ambiente del pueblo. Podríamos decir que la novela se ha dedicado a cuestionar las representaciones sociales que los mismos individuos producen. Criticar esa falsa apariencia en lo social.

El Che no es un mito
En el libro El último lector, Piglia ensaya sobre la lectura de escritores y personajes literarios. Ernesto Che Guevara aparece entre Borges, Kafka y Dostoyevski, a veces como personaje, otra como quien construye su experiencia.

–Escribí sobre el Che Guevara porque pensé que estaba muy conectado con la generación beat norteamericana, con Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, que cambian el modo de vestirse y andan con remeras (franelas), que salen a la calle y empiezan producir un cierto tipo de transformaciones en la cultura. Ya tenía claro cómo él había hecho la lectura en su vida. Empecé a seguir esa línea y me encontré con cosas que no conocía. Su proyecto de ser escritor era muy explícito, por ejemplo. La lectura lo acompaña toda la vida, pero hay un momento que él va a la vida. Pero en lugar de ir a la vida, como en la literatura es bastante clásico, como en Rimbaud o los que dejan la literatura y se van a la vida, él se va a la vida entendiendo la vida: la política, la revolución, las armas.

–¿Qué es lo extraordinario en el Che?

–Su experiencia no era ninguna novedad, porque había muchos otros jóvenes en América que en general estaban hartos de unas vidas burocráticas y tomaron sus autos o motocicletas. Y ese fue el punto de partida, antes de que Guevara se convirtiera en mito.

–¿Considera al Che un mito?

–Quizá no tendríamos que decir que Guevara es un mito, porque sería algo que no tiene historia, que está fuera de la dinámica de la transformación, y me parece que Guevara es todo lo contrario, en el sentido de que él se construye como un personaje totalmente histórico, interviene en la historia de una manera directa y llega a puntos absolutamente imposibles de imaginar para un joven que estudiaba medicina en Buenos Aires en los años 50. Por eso me parece que vale la pena escribir algo sobre dos momentos con Fidel Castro, cuando pasan una noche hablando juntos en México y la capacidad de convicción de Fidel es tal que Guevara sufre un transformación, y luego, el final, cuando ellos dos tienen conflictos, que Guevara vuelve de Argelia, donde ha sido muy crítico con la Unión Soviética, y Fidel lo está esperando en el aeropuerto. Se pasan una noche conversando y Guevara abandona Cuba. Son dos momentos muy importantes en su vida, esa conversación con Fidel Castro que nunca sabremos lo que se dijeron. Es un poco como lo de Bolívar con San Martín. Lo que tiene de mítico es lo que no sabemos de él.

Las certidumbres en la historia
–La revolución en la década de los 50 y 60 se comprendía a través de la lucha armada. ¿Se hubiera imaginado los cambios políticos y sociales actuales por la vía pacífica?

–Estamos viviendo un momento histórico muy productivo y tenemos que estar muy contentos de poder tener la experiencia de lo que está pasando en América Latina, digo, en países como Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia, en fin, es una experiencia incomprensible para nosotros en esos años, ver a los países tomar posiciones muy firmes respecto a la política de los Estados Unidos. En el horizonte que nosotros teníamos en los años 60, parecía imposible si no era a través de la revolución. Así que es un caso donde la historia pone en cuestión ciertas certidumbres que de pronto tiene una generación.

–Gobiernos de países como Venezuela, Bolivia y Ecuador se declaran socialistas. ¿Cómo ve el panorama?

–Yo no llamaría a estos gobiernos socialistas.

–¿Cómo entiende el socialismo?

–Entiendo el socialismo con los criterios más clásicos, como un cambio de la sociedad capitalista. ¿Qué sería el marxismo? Sería la idea de que los procesos históricos, o las formas sociales, se van transformando. Mucha gente acepta con naturalidad que el mundo se va a terminar y que pueden venir los mayas, o no sé qué tipos de pronósticos, porque siempre hay alguien que pronostica el fin de mundo, pero nadie quiere concebir que el capitalismo vaya a terminar, que dé lugar a otro proceso social. Mientras tanto, miro este tipo de fenómenos como experiencias antiimperialistas, de defensa de cierto tipo de experiencias nacionales, que están tendiendo en convertirse en algo que no sea solamente nacional, con elementos de populismo, que es una tradición política que yo defiendo. No considero que ésta deba dejarse de lado y que el socialismo tendría que ser una aspiración. No lo veo que esté realizado desde ya.

–Adolfo Bioy Casares dijo que “si urdes utopías, recuerda que el sueño de uno es pesadilla de otros”.

–Ese es siempre el problema de la política. El sueño de los neoliberales es una sociedad donde no haya Estado y los negocios funcionen solos. Esa es la pesadilla de muchísima gente que empobrece por esa política. Y a veces, el sueño de una sociedad más justa y más equilibrada se convierte en los campos de concentración de Stalin, en realidades imposibles de imaginar desde la óptica en que está planteada esa utopía.

–¿Cómo considera que están leyendo sus obras en este momento?

–Cada generación lee de un modo.

–¿Se le estará leyendo como un clásico?

–Espero que no.



Foto: Emilio Guzmán

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