8.2.05

Fosforito en la lluvia

Ayer llovió. Estaba en el Café Arábiga tomando un té con un amigo y comenzó a llover. La conversación duró lo que tenía que durar. Los sorbos del té caliente y un vaso con agua bastaron para hablar del país, la política, lo nuevo de nuestras vidas y unas propuestas editoriales por parte de mi acompañante. Esto último era el objeto de la reunión. Claro está.

La conversación se extendió más de la cuenta gracias a la lluvia. Cuando nos percatamos que llovía a cántaros, se me ocurrió decir "qué terrible". Y no lo decía por mí, ni porque de regreso a casa me iba a mojar. Nada que ver. La frase invocaba la imagen de desastres y penurias que padecen aquellos que viven en los cerros.

Antes, la lluvia me hacía recordar momentos de mi infancia, de los días de invierno en Montevideo. Días que no sólo es frío, también es lluvia. Cuando leí en Cien años de soledad el diluvio macondiano, no me sorprendió que lloviera tantos días seguidos, con días y horas contadas, porque ese era el recuerdo de mi infancia. La lluvia era una eternidad, con su ruido incluido, y sabíamos exactamente que a tantos días y tantas horas se acababa.

Y a pesar de la lluvia, Arturo -mi hermano- y yo íbamos a la escuela. Allá el calor era gratis.

Isidoro es otra de las imágenes montevideanas que se me viene con la lluvia. Recuerdo su sonrisa agradecida por la amistad que le brindaba. Nunca supe qué quería ser cuando sea grande porque apenas lo conocí el año que se murió. Compartíamos la timidez y la edad de 10 años a pesar de que su cuerpo parecía de seis años. El era tan delgado que le llamábamos cariñosamente "Fosforito". Siempre se apartaba de todos, nunca dijo que vivía en una Villa Miseria, aunque su cara o su piel lo delatara. En Uruguay, ser negro -no sé si ahora- es sinónimo de pobre. Lo que Fosforito no sabía es que todos éramos pobres. Unos en mayor medida, claro está. Y la familia de Isidoro estaba en esa mayor medida. De los que viven sin techos, pues.

Con él compartí mi merienda y los juegos en el recreo. Fue así como llegué a entablar amistad y logré que me invitara a su cumpleaños. Cuando comenzó el invierno, Isidoro se enfermó (después me enteré que fue de los pulmones). Lo visité a su casa y le llevé las anotaciones de las clases que había perdido y las tareas que debía realizar para que no se retrasara y no perdiera el año. Era inútil. No tenía fuerzas para nada. Tan sólo para una sonrisa. A los pocos días llegó la lluvia y el frío o viceversa. Cosas que en nada favorecen a las enfermedades de los pulmones.

Qué terrible es la lluvia.

7 comentarios:

JRD dijo...

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Raúl Cazal dijo...

He de reconocer, que con ese telón gris de fondo no me queda otra que conmoverme, por el dolor y por la sonrisa de Fosforito, y por la inutilidad de tu cuaderno de clases en ese viaje inocente.

La lluvia, por algún extraño secreto que desconozco -y que no me da la gana de reflexionar- suele atar a su cola muchos más recuerdos que los tiempos de sequía... ¿será por eso que a veces uno dice "es que estoy seco", cuando no se nos ocurre nada que escribir?

Un abrazo, Raulito querido.

Cheo

Raúl Cazal dijo...

Esto escribió Carlos:

¡Compadre! Este texto me lo he leído con mucho gusto. Espero que haya más.

Por cierto, ¿qué has sabido de Alcides? ¿Está aquí en Caracas?

Raúl Cazal dijo...

Rossana no podía faltar:

Raúl,

Hola!

Gracias!

Aunque sea absurdo, me ha gustado mucho tu "Fosforito", quizás porque es de las escrituras más intimas que te he leído, bueno, quizás todas las anteriores también lo eran, pero esta me ha parecido más cercana a ti, aunque quizás como ocurre con las cosas de la vida, Fosforito sea solo una creación...

Lástima que lo demás es realidad.
Las tragedias son siempre distintas, cuando las víctimas tienen rostro y ese rostro nos es cercano...

En fin, la macana, como dicen en el sur, es que con el tiempo uno toma conciencia de lo impotente que es... y no es grato vivir con esa sensación de incapacidad esencial, para cambiar la vida...

Hablando de otras cosas...
Qué es de tu vida???

Cuídate, mira que la lluvia, no solo llega, sino también moja...

Cariños,

Rossana

Anónimo dijo...

Alguna vez me contaste de fosforito, pero ahora al leer la narración, casi se me saltan las lágrimas. Fue como ver una de esas películas que de tan conmovedoras uno termina sospechando de una vil manipulación sentimental, y es que si a uno no le toca de cerquita siempre parece ficción.

Te imaginé tan generoso y noble como siempre pero con menos edad. Son muchas las vivencias que te quedan por contar. Apenas ahorita recuerdo la del balón de fútbol y la foto, pero me vienen muchas a la cabeza, porque las he imaginado. Si pudiera imprimirlas o proyectarlas, pero eso todavía no es posible. Así que espero ansiosa la próxima entrega.

Flor

Anónimo dijo...
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Kocol dijo...

Fosforito no será apagado por esa lluvia ni por ninguna otra mientras los niños de 10 y tantos años juguemos, acompañemos, visitemos y entendamos que cuando algo así sucede, sólo nos queda decir: "Epa, Isidoro, buena vaina que me echaste..." con una sonrisa cubriendo el rostro y con la certeza de que ahora el camino se hará acompañado y con un mayor compromiso... Gracias por Fosforito.